Te amo con toda mi alma, mi corazón, mi cabeza cuando piensa y cuando no. Te amo a través de los fríos kilómetros que hacen que tu tacto sea más cálido. Te amo cuando tiembla mi cuerpo al notar tus abrazos que obligan a mi boca a sonreír, a mis ojos a cerrarse... Te amo cuando acercas tu cara a la mía y un beso nos une. Te amo cuando me dices todas esas cosas que me hacen sonreír, cuando me consuelas al ver las lágrimas caer, cuando me haces más fuerte con cada palabra salida de tus labios. Te amo por tu forma de ser, por tu corazón que no conoce el odio. Te amo por esos ojos brillantes que miran a través de mí, por esa nariz que es perfecta para besar, esos finos labios, ese pelo revuelto. Te amo por ser quien eres, un capitán que me guía cuando siento que el barco va a la deriva. Te amo porque eres mi reflejo, soy tu espejo. Te amo por encima de cualquier defecto, porque el amor es más fuerte que cualquiera de ellos y porque también los amo, simplemente, porque son parte de ti, son parte de esa gran persona a la que amé, amo y amaré pues la vida con ella coge color y me empiezan a gustar las flores, su perfume, su olor... Muchas cosas llenan mi vida ahora, pero quien la completa, pues es parte de mi corazón, eres tú y por eso también te amo. Por hacerme feliz te amo. Te amo, porque eres tú.


Me desperté bajo las sábanas calientes escuchando esa dulce voz que salía de tus labios. Con los ojos cerrados te miré y seguí escuchándote mientras sonreía. Estábamos teniendo una de esas largas conversaciones en las que hablábamos sobre lo que sentíamos, nos reíamos de monerías, nos decíamos las ganas que teníamos de hacer el amor, de todo lo que haríamos cuando los 2000Km desaparecieran. Yo no me daba cuenta, pero a medida que pasaba el tiempo tú te ibas, mis ojos se abrían, ya no te veía...
Me desperté y le hablé a la oscuridad pensando que aún seguías ahí. No recordaba que nos hubiéramos despedido, pensaba que la ventana era la pantalla por lo que te observaba, hasta que me di cuenta que no estabas ahí...
No importa las veces en las que mis sueños me engañen, porque sé que al final no serán sólo eso. En 365 días la realidad se impondrá de verdad y los "te amo" se volverán de carne y hueso y no serán sólo datos que mandan nuestros corazones a 2000Km...
Me despertaré bajo las sábanas calientes escuchando esa dulce voz que saldrá de tus labios. Con los ojos cerrados te miraré y seguiré escuchándote meintras sonrío, pero antes de que sigas te besaré, me abrazarás y nos susurraremos al oído "Te amo"...


Me desperté, desorientada, sin saber dónde estaba, ni lo que había pasado. Tenía la visión borrosa y me dolía la cabeza. La boca me sabía a hierro, a sangre. Cuando mi vista comenzó a mejorar pude ver que estaba en un callejón, iluminada tan solo por una farola que apenas emitía luz. No sabía como había llegado hasta allí, pero en esos momentos no me importaba saberlo, sólo quería salir de ahí.
Traté de levantarme, pero las piernas no me respondían. Tenía todas las extremidades entumecidas. Debía de haber pasado muchas horas metida en esa oscura calle. Hacía frío, mucho frío, demasiado para que fuera una típica noche de verano, pero ¿y si no era verano? No recordaba nada, podría estar en cualquier fecha y yo no saberlo.
Traté de mantener el calor, pero no podía, me resultaba imposible. Cuantas más veces lo intentaba más frío tenía. Cada vez que trataba de moverme el cuerpo me comenzaba a doler horriblemente. Lentamente intenté mover los brazos y sentí como la sangre circulaba nuevamente por mis venas, pero no era una sensación agradable, es más, la detestaba. Me sentía como si fuera un cadáver al que trataran de reanimar. Frío, sin vida.
Cuando sentí que los brazos recuperaban su movilidad, decidí continuar por las piernas. Tenía la carne de gallina y tan solo el roce con mi piel resultaba una sensación extraña, era como si no fuera yo, como si tocara a un desconocido.
Me resulto realmente difícil reanimar mis piernas, pero después de un rato conseguí que reaccionaran. Me levanté y sentí como el frío y húmedo asfalto castigaba a mis pies descalzos. Fue cuando me di cuenta de que tan solo llevaba un corto pijama de verano.
Los primeros pasos fueron los más difíciles. Me tuve que apoyar varias veces en las paredes para evitar caerme. Cuando conseguí estabilizarme, empecé a caminar fuera del callejón, todavía iluminada por la escasa luz de la farola, hasta que ésta se acabó apagando, dejándome en la mayor de las oscuridades.
Cuando conseguí salir de allí traté de buscar alguna calle, algún cartel, algo que me ayudara a encontrar el camino de vuelta a mi casa, pero todo estaba demasiado oscuro y había demasiado silencio.
-¡AY!
Había pisado algo puntiagudo con el pie. Me apoyé contra una pared y palpé la planta de mi pie tratando de averiguar con qué me había echo daño. Noté un trozo de cristal e intenté quitármelo, pero se había incrustado demasiado en mi piel y me dolía mucho. Aún así traté de aguantar el dolor, me lo quité de un tirón y lo tiré hacia un lado. Unas pequeñas lágrimas asomaban por las comisuras de mis ojos, pero no iba llorar. Tenía miedo, pero no pensaba dejar que el pánico me dominase. El pie me sangraba, pero no tenía nada con que vendármelo para evitar que se infectara.
Fui a la pata coja apoyándome en las paredes que encontraba a mi paso. Estaba desesperada, tenía que encontrar mi casa, pero no reconocía nada. Fue entonces cuando lo sentí. Un aire cálido en mi nuca, la respiración de alguien detrás de mí.
Empecé a temblar y el miedo hizo que un sudor frío me recorriera la cara. ¿Qué debía hacer? La opción más lógica e inteligente hubiera sido correr, pero con el pie en ese estado me resultaba imposible. La única posibilidad que me quedaba era girarme, darme la vuelta y mirar cara a cara a quien me estuviera siguiendo. Traté de reunir algo de valor y me di la vuelta.
Nadie. ¿Me lo había imaginado? No podía ser, había sentido su aliento, lo había oído. ¿Cómo podía ser? Quería saber qué estaba pasando, pero no me iba a quedar allí. Volvía a retomar mi camino, pero siempre alerta ante el más mínimo ruido que pudiera escuchar.
Estaba muy cansada y el frío, que seguía aumentando, y la herida del pie, no me ayudaban. Las fuerzas me abandonaban, sentía que me mareaba y tenía nauseas. No lo aguantaba más y acabé cayendo al suelo.
Nunca me había sentido tan mal. Mi visión empezó a volverse borrosa, pero aguanté, no me iba a rendir. Me apoyé en un cubo de basura que había a mi lado y me levanté de nuevo. Otra vez. Sentí ese cálido aliento que minutos antes me había hecho temblar, pero que en ese momento sólo hizo que me relajara, como si me sintiera a salvo. Llevé la mano hacia atrás y cuando noté algo sólido lo agarré, me di la vuelta y lo vi.
Una farola. No podía ser. Estaba segura de que lo había cogido. No entendía qué demonios estaba pasando y sentía que la cabeza estaba a punto de estallarme. Ya no pude más. Me eché en el suelo y comencé a llorar.
No comprendía que pasaba. Me sentía como una niña pequeña llena de preguntas, pero con muy pocas respuestas: ¿Por qué me estaba pasando todo aquello? No lo sé. ¿Por qué nadie me puede ayudar? No lo sé.
Mis ojos empezaron a cerrarse y un profundo sueño me invadió. Ya no me importaba que el final se estuviera acercando, lo único que quería era que aquella pesadilla se terminase. Apagué mi mirada y traté de dormir. Otra vez. El aliento cálido me dio de nuevo en el cuerpo. Supuse que debía de ser una alucinación, provocada por la ausencia del calor, pero era tan real que me costaba procesar que aquello pudiera ser falso. Un burdo engaño de mi cerebro.
Abrí un poco los ojos, pero apenas podía ver algo, lo único que distinguía eran dos puntitos azules que me vigilaban desde lo alto. No, no eran dos puntos, eran ojos. Unos ojos azules como el cielo me miraban desde arriba. No sé por qué, pero cuando vi aquellos ojos clavados en mí lo único que se me ocurrió fue sonreír y pensar que un ángel me iba a llevar con él. Entonces me desmayé.
Cuando me desperté me encontré en un sitio que desconocía, hasta que caí en la cuenta de que me encontraba en mi propia habitación. Sentí como el sudor empapaba mi cuerpo y mis sábanas. Tenía la respiración acelerada y el corazón me iba mil. Todo había sido una pesadilla, una horrible pesadilla, pero por fin estaba de vuelta en el mundo real. Salí de la cama y justo cuando fui a ponerme las zapatillas sentí un dolor agudo en el pie.
-¡Pero qué...!

Tenía una venda ensangrentada rodeándolo. Me la quité con cuidado y vi una herida que se había puesto a sangrar. En un lado había un pequeño trozo de cristal. Lo cogí con una mano temblorosa y un gran miedo me sacudió el cuerpo, algo que sólo había sentido durante aquella pesadilla a medianoche. 


Bueno, esto no será una gran presentación, tampoco será de las peores, ni graciosa, ni seria, ni bonita, ni fea, ni larga, ni corta... Simplemente vengo aquí para decir algo:
Hola, me llamo Elena Cadavid. Un apellido extraño, ¿no? Bueno, siempre me he considerado un bicho raro y, aunque al principio me molestaba porque sentía que era por eso por lo que no caía del todo bien a la gente, decidí que eso era lo que me caracterizaba, que no me gustaba lo mismo que a los demás. Siempre he sido de documentales y libros, bastante solitaria, muy a mi pesar, hasta hace poco cuando empecé a conocer a gente y me di cuenta de que no estaba del todo sola, pero tardé en percatarme.
Recuerdo pasar los largos veranos en los que no podía salir engullendo libros y más libros. Los recreos en mi colegio estaba sola con la única compañía de los personajes de todas las novelas que leía. 
Tanta lectura hizo que empezaran a surgir en mí unas grandes ansias por crear historias y al principio las desarrollaba por completo en mi cabeza, pero nunca llegaba a escribirlas. De vez en cuando me daba por empezar a escribir algún libro, pero nunca los acabé, tampoco es que fuera muy bueno lo que relataba en ellos, estaba por aquella etapa de mi vida en la que me iba lo paranormal -NUNCA CREPÚSCULO-, pero yo seguía intentándolo. 
Durante cierto período concreto de mi vida comencé a escribir relatos bastante tristes y que comenzaban a ser macabros y algo sangrientos, todo debido a una serie de circunstancias que no relataré por aquí. El caso es que mi estilo se quedó en ése. Me va lo oscuro y sanguinario y cuanta más sangre haya mejor para mí.
Creé un blog que terminé abandonando, pero un tiempo después apareció Dormida entre rosas negras. Prefiero que el sobrenombre sea sólo Dormida entre rosas, pues no siempre van a ser a negras, ¿no? 
Escribo porque me gusta, porque hace que me sienta liberada y si me pongo a ello pues a veces sale algo bueno. No soy muy de poesía, aunque en ocasiones me salga rima. Me encantan los relatos, a pesar de que los finales se me escapen de vez en cuando. Escribo lo que siento y me siento Garcilaso que escribía del amor cuando malo era. No me encasillo, pero me va lo romántico. Lo que es triste e insólito forman mi marca de la casa, aunque en alguna ocasión la felicidad venga y algo bueno me dé por poner.
Voy a ser sincera, me encuentro muy feliz ahora mismo, la inspiración no me llega como antes, pero prefiero ser feliz y seguir tratando de escribir mis sanguinarios cuentos, aunque me tenga que devanar los sesos para que me salga algo bueno. 
Añadiré algunos detalles para acabar mi historia: Soy bajita, con mala leche y rara, pero esa soy yo y por eso me encanta ser quien soy. No quiero un corazón roto ni un alma hecha pedazos, quiero ver sonrisas allá donde mire, pero sobretodo, que sean reales.
Así terminaré, diciendo que estoy llena de defectos y unas cuantas cosas buenas. Espero que disfrutéis de mi mundo tanto como lo hago yo.
Un cordial saludo, de ésta, mi persona, Dormida entre rosas =)   


Y al final nos quedamos 
sin sueños para soñar 
porque nadie es valiente 
para hacerlos realidad.

Nos quedamos sin aire,
nos cuesta respirar.

Nos quedamos quietos
mientras vemos la vida pasar.

La dama negra llega
y en polvo todo se queda...



Las puertas sólo se abren cuando usas la llave correcta... Supongo que aún me quedan muchas por abrir y demasiadas llaves que encontrar. Los cerrojos me obstaculizan, no me dejan pasar y la vida no me regala las llaves que debo usar.


Perdidos en medio del mar estamos. El sol, de un resplandeciente color naranja, se hunde en las frías aguas frente a nosotros. Un precioso atardecer debo decir...
Ya se ha ido, todo está muy oscuro y me estremezco porque no quiero que la oscuridad nos devore, pero te siento a mi lado y el miedo desaparece, eso es lo único que se traga esta espesa negrura.
De repente, noto como unas luces iluminan nuestra barca. Miro hacia arriba, todo está lleno de estrellas. Las estrellas en el mar están preciosas. ¿Las ves?
¿Que tengo suerte? Pero, si las estamos viendo juntos amor. Cierra los ojos, acuéstate y siente como el bote se balancea suavemente por las olas, como si lo acunaran, la luz se apaga, abre los ojos y mira hacia arriba. ¿No están preciosas las estrellas?
¿Prefieres tener los ojos cerrados? Entonces ciérralos, nota como la barca se sigue meciendo en medio del mar, la brisa marina y ese intenso olor a sal, sigue con los ojos cerrados, seguirás viendo las estrellas. Ahí, justo encima de nosotros está la flecha de Sagitario y más para la derecha verás la Osa Menor. Mira un poco más a la izquierda, esas tres estrellas que están juntas son el cinturón de Orión y mira, allí está Júpiter, que bien se ve esta noche.
¿Notas esa leve presión en la mano? No te preocupes, soy yo que te la sostengo, con los ojos cerrados mirando juntos el cielo estrellado.

Pero aquí no acaba la historia: Con los ojos cerrados nos quedamos mirando al cielo hasta que una estrella blanca y veloz pasa ante nosotros, pido un deseo mientras te cojo de la mano con más fuerza, entonces noto como acercas tu cara a la mía y mi deseo se cumple, pero miles de otros deseos se cruzan en mi cabeza y los pido todos. Tantos sueños que quiero que se cumplan amor, tantos contigo... Pero, me pregunto ¿qué deseas tú amor?


Debo de haber muerto, esto sólo puede ser el puto Infierno...
Me han metido en una tumba de paredes blancas, con puertas de madera que al ser abiertas sólo te llevan hasta otra tumba. Prefiero no moverme de la mía, los personajes que hay tras esa vieja puerta son demonios que me chupan la sangre y ya casi no me queda fuerza por su culpa y también por la influencia que ejerce este lugar sobre mi pobre alma en pena.
Estoy tumbada boca arriba sobre un lecho de ásperas sábanas blancas. Mis pies cuelgan y tocan un duro suelo. Tengo los labios secos y muertos, se me agrietan y que horrible es el sabor metálico de la sangre.
Para aumentar la condena hay una ventana en mi prisión, que me permite escuchar los estresantes sonidos de la calle, que me deja ver el cielo azul. Me hace pensar que si salgo podré tomar el aire que le falta a mis pulmones, pero es una trampa... Fuera tan solo se respira veneno. Entra frío y cargado de un espeso polvo que te asfixia y te mata lentamente.
El calor es exasperante, pero son peores los mareos y los dolores de cabeza que me dan de las ganas que tengo de llorar. Odio este maldito lugar, ojalá que pudiera desaparecer, estoy harta y con ganas de gritar... ¡Socorro! ¡Sáquenme de aquí!

Sin embargo, ¿alguien medio muerto puede pedir auxilio?


No te voy a engañar... Algo hiciste que atravesó mi piel, entre temblor y temblor, que se fue por mi sangre y me llegó al corazón. 
Me tocó en lo más hondo, mi alma estremeció y ahí dentro se guareció.
Es algo cálido, dulce, que me hace respirar, sentirme viva, que no me deja llorar, porque en mi rostro sólo hay sonrisas para mostrar.
Es un sentimiento complicado de entender, sólo sé que con cada abrazo tuyo más fuerte se volvía y con cada beso revivía, pero bastaba una palabra salida de tus labios para darme cuenta de lo real que era... De lo real que es...
Apenas tengo palabras para describirte las sensaciones que por mí fluyen cuando pienso en ti, las que con cada latido se escapan y, sin embargo las escucho susurrar "Te amo", así que dejaré que salgan por mi boca y se muestren ante ti, aunque sea a base de miradas y sonrisas que debas descifrar, pero sé que puedes hacerlo, lo sé porque sé que me quieres...
Aún quedan amargas despedidas, pero no importan porque hay demasiados "holas" por delante, demasiados besos, demasiados abrazos, demasiados "te quiero" y "te amo" que aún no se han dicho.
No hay mucho más que decir, creo que ya sabes lo que siento, así que te digo hasta pronto, porque nada acaba aquí...
Te amo.


¿Para qué tenemos las pesadillas si no es para desear tener sueños?


“La muerte nos persigue”, al menos eso es lo que decía mi abuela y su afirmación no estaba mal encaminada, igual que tampoco lo estaba ese BMW negro que se saltó el semáforo y que no dudó en ir más rápido cuando el desastre ya había sido causado.
Sangre, huesos rotos... Me es difícil dormir si cada vez que cierro los ojos escucho esa sinfonía de crujidos mezclada con un agonizante grito de dolor y el motor del coche acelerando. El asfalto manchado de ese oscuro rojo que se podía confundir con el color de la carretera... En mis sueños, aunque los debería llamar pesadillas, aún lo veo y brilla bajo el frío Sol.
Ha pasado un año desde entonces y muchas salas de loqueros he visitado, numerosas pastillas me han recetado y yo sigo igual de deprimido y mi cerebro continua recordándome cada noche los atroces acontecimientos de aquella mañana del 25 de octubre. Pero, no sólo yo mismo, sino que mire donde mire sólo la veo a ella: Su larga cabellera negra, su pequeña nariz recta, su bufanda roja y su abrigo gris.
Cada pequeño detalle sigue encerrado en mi mente y vivo como un pájaro enjaulado dentro de mi propia cabeza.
No sé si alguna vez habría sido capaz de superarlo, pero cómo hacerlo si ni siquiera la televisión evitó mostrar de lo sucedido y que horrible fue el llanto. Jamás unas lágrimas me supieron tan amargas...
Son el miedo y esas finas gotas cayendo por esos tristes ojos los que me hacen estar sentado junto a esta lápida, con una pistola en el pantalón y un sobre en el que meteré mis últimas palabras emborronadas con mi lo que es mi último lloro, pero no puedo impedirlo, un año llevo aguantando este profundo dolor y voy a dejar que salga.
Nunca quise hacerle daño, nunca quise que la muerte fuera tan pronto a por ella, a por esa pequeña de seis años a la que aún veo a través de la ventana del parabrisas, con su fina sonrisa y su bufanda roja ondeando al viento. En esa mañana del 25 de octubre yo provoqué que la Parca y ella se dieran la mano para nunca más soltarse...

No tardaron en encontrar el cadáver en el cementerio. Tenía un agujero de bala en la cabeza, su sangra salpicaba una pequeña lápida gris en la que está escrito:

Penélope
5 de julio de 2006
25 de octubre de 2012
Amada hija que se fue muy pronto


Nunca se supo quién era aquel hombre que apareció muerto junto a la tumba, tan solo había una pistola y una carta dentro de un sobre en el que habían escrito con letra temblorosa: Perdón.


Y si mis labios están secos y casi no tengo voz para hablar es porque todo lo que te tenía que decir te lo conté en sueños donde  obtenía varias respuestas:
Unas me hacían despertar con una sonrisa en la cara que en poco tiempo se desvanecía cuando recordaba que nada era real.
Otras hacían que revolviera mis sábanas pues incluso durmiendo es posible llorar...



Las ramas del viejo árbol petrificado, bajo el que estoy, crujen amenazando con romperse al más mínimo soplo de viento. Unos copos fríos y húmedos caen sobre la tierra negra, dejando un espeso manto blanco y puro que no tarda en tornarse rojo, casi negro, al pisar sobre él un desconocido de holgadas ropas y pies descalzos.
Nunca he presenciado una escena como la que mis ojos están viendo. Estoy asustada y demasiado sorprendida como para notar la fría nieve que se cuela por mi bufanda y cae sobre mi cara.
De repente, un viento gélido hace aparición y golpea mi rostro igual que si mi tía me hubiera dado una bofetada por romper un plato de su vajilla preferida. El individuo, sin embargo, sigue caminando como si el viento fuera una brisa en medio de un día caluroso. Algo fresco y agradable.
Cada paso suyo deja un rastro oscuro que emite un vapor gris que hace que se me ericen los pelos de la nuca. Me quiero ir de allí, estar sentada frente a la chimenea y sentir el calor del fuego mientras mi tía prepara la cena de Nochebuena.
Entonces, ¿por qué estoy aquí? Estoy aquí porque no quiero celebrar nada, porque prefiero estar sola, porque no le veo sentido a esa fiesta si no puedo estar con gente que me importa, pero ahora no tengo a nadie...
Siento que una lágrima sale de la comisura de mis ojos y se congela en mi mejilla. Levanto la cabeza y unos ojos blancos como perlas se fijan en los míos. Suelto una nube de vaho y mi corazón empieza a latir más rápido. Ese ser no tiene pupilas, como la cáscara de un huevo que acaba de abrirse.
Me entra el pánico y me quedo paralizada en cuanto veo que empieza a acercarse. Debería correr, pero las piernas no me responden.
No tarda en estar a escasos centímetros de mí. Sólo es piel y huesos. Sus manos esqueléticas sostienen algo que lo obliga a andar encorvado y entre sus dedos se escurre un líquido espeso como el alquitrán.
Extiende sus brazos, como si me ofreciese el tesoro que protege con sus pobres manos. Hay algo que me insta a aceptar su obsequio aunque no sepa qué es.
Mis pálidos dedos, temblando, tratan de tocar ese líquido que huele a sangre. Estoy a punto de hacerlo, pero entonces siento algo frío como el hielo en mi cuello.
No me había dado cuenta de que una de sus manos se estaba dirigiendo hacia mi garganta. Me levanta del suelo. Trato de coger aire y de apartarlo de mí, pero cada vez aprieta con más fuerza.
Su otra mano, cerrada en un puño, aún expulsa ese líquido que ya no huele a sangre, sino a lluvia, a tierra húmeda, a flores secas, a hierba muerta... La coloca sobre mi pecho y la abre.
Noto una fuerte punzada en el corazón, seguida de muchas más, algo me oprime el pecho y aprieta mis pulmones, como si quisiera entrar por una puerta cerrada y entonces siento cómo algo cálido empieza a descender por mi ropa y me aterra pensar lo que es.
El mundo se desvanece, todo está oscuro...
Me siento como si acabara de despertar de una horrible pesadilla. Un frío horrible me cala los huesos, me duele todo el cuerpo. Es de noche y trato de acostumbrarme a la oscuridad.
Intento levantarme, pero siento un terrible dolor que atraviesa mi pecho. Me apoyó en un tronco de áspera corteza y consigo ponerme en pie.
Apenas recuerdo lo que ha pasado, sólo sé que quiero irme a casa...
Con pasos lentos empiezo a moverme, aunque el dolor va en aumento y en un par de ocasiones creo que me caeré al suelo y que no seré capaz de seguir, que acabaré cubierta por la nieve y me encontrarán fría, con los labios azules, los ojos cerrados y una pequeña lágrima sobre mi mejilla, todo conservado en una tumba de hielo... Pero, debo continuar, aunque realmente esta profunda oscuridad me marea. No sé dónde estoy, no sé qué camino tomar, sólo que sé que si paro todo terminará...
Mis pies me llevan recto. Una corazonada me indica que continúe por esa dirección y no tardo en llegar a una calle iluminada por farolas. La luz me ayuda a orientarme y todas las imágenes se vuelven más nítidas y claras. No estoy lejos de mi casa...
Una puerta amarillo chillón es la única frontera que me queda para llegar a ese sitio al que nunca llamaré hogar. Meto la mano en el bolsillo de mis vaqueros y saco un juego de llaves plateadas que no tardo en introducir en la cerradura y, con un sonido chirriante, la puerta se abre.
Ahí dentro la oscuridad es mayor. Camino por los pasillos e intento dirigirme hacia el baño para refrescar mi cara.
Cuando entro, enciendo la luz y caigo de rodillas cuando veo mi aspecto: Mi ropa está manchada, empapada de una sustancia roja... Sangre... y el color de mis ojos está desapareciendo, se están quedando tan blancos como la nieve que cubre las calles.
Siento una descarga en el corazón y otra más y otra. Grito de dolor sin poder evitarlo y caigo al suelo mientras las lágrimas bajan por mi rostro. Algo en mi pecho se mueve, como si quisiera salir.
Desgarro mis ropas y veo una enorme cicatriz atraviesa mi pecho desnudo. Algo se mueve bajo mi piel y unas gotas de sangre empiezan a salir por esa gran marca que hay en mi cuerpo.
Tengo que sacarme lo que sea que hay debajo de la marca de mi pecho. Hay una lima con punta en el bidé. La cojo y, sin pensármelo dos veces, intento abrir la cicatriz, lo que hay debajo debe salir...
La sangre empieza a brotar, pero también hay algo más, algo sólido y negro que late con fuerza. Lo palpo con mi mano. Quema, está ardiendo, pero me duele demasiado.
Lo agarro con fuerza y siento que la piel se me derrite, pero tiro y lo arranco de mi pecho...
Durante unos segundos el dolor se desvanece, pero no solo eso, sino que todos los sentimientos que torturaban mi mente se han ido, han desaparecido y se han convertido en nada. Estoy vacía, mi alma se ha ido...
Miro mi mano ensangrentada. Un corazón negro y pequeño late débilmente dentro de mi puño. Está sangrando cada vez más despacio. Siento que me falta el aire, pero no me importa.
Sonrío mientras noto como el corazón se para. Se detiene y empiezo a sentir que caigo...

Una débil y tenue luz cae sobre mi cara. Abro los ojos muy lentamente, me cuesta mucho. Estoy en una habitación de paredes blancas. Intento incorporarme, pero apenas tengo fuerzas y al intentarlo siento una punzada en el pecho.
Me recuesto de nuevo en la cama de sábanas blancas. Llevo ropa de hospital. Miro hacia los lados. Una mujer está dormida en una silla. No tardo en reconocerla: Es mi tía, durmiendo plácidamente.
Muchos recuerdos vienen de golpe a mi cabeza. Los recuerdos de una horrible pesadilla. Pero empiezo a rememorar la realidad... Mi corazón... Me habían puesto otro corazón que está más vivo que el que antes que descansaba dentro de mi pecho.
Se había parado, casi muero y ahora con un órgano distinto tengo posibilidades de vivir.
Hay un pequeño reloj de pulsera atado en la muñeca de mi tía. Lo miro. Es la una de la mañana del día 25 de diciembre y ya he recibido mi regalo de Navidad.



El telón se abre 
y aparezco yo, 
entre heridas sangrantes 
y lágrimas de dolor...

Flores marchitas 
a mi alrededor 
en un campo negro 
lleno de fuego.

Cenizas y polvo 
que me empiezan a ahogar. 
Gritos de terror 
que no se pueden acallar...

Pero yo debo actuar... 
Fingir que me da igual.
Tengo que continuar, 
porque ya no voy a ensayar.

Me muevo entre el público 
que ceñudo me mira.
No hablan, ni aplauden...
Simplemente a la música escuchan.

El suelo, 
que me parecía firme, 
empieza a temblar 
y casi no puedo caminar.

Tropiezo y caigo... 
La música para... 
Me levanto avergonzada
y la gente señala.

"¿Quién es esa pobre 
que sólo caer sabe?
Debería estar en el suelo,
no levantarse de nuevo."

Abrazo mis piernas 
entre tristes sollozos. 
Voy a hacerles caso,
me moveré poco.

Las horas pasaron...
El telón se cerró...
La historia terminó...
A nadie le gustó...
Y nadie me recordó...

Y así de fácil fue olvidar a una persona, que tan mal se sintió al ver lo que la rodeaba, que prefirió quedarse quieta y volverse invisible durante lo que le quedaba de vida antes que dejar de lado los comentarios y tratar de existir para los demás y, sobre todo, para ella misma...


Creo que he muerto... 
Creo que esto no es más 
que una imagen del Infierno, 
algo que me hace sufrir, 
que me trae recuerdos...


La rendición no es una opción si quieres vivir. Si te rindes, mueres en silencio...


La vida se encarga de que todo lo que te es preciado se encuentre al alcance de la palma de tu mano, tan cerca que casi lo puedes rozar, pero estiras y estiras el brazo, mueves los dedos y apenas consigues notar algo, sólo esas ansias por alcanzar lo inalcanzable. Es entonces cuando te frustras, remueves dentro de tu mente tratando de buscar alguna idea que te ayude y te parece que será imposible, que antes de lograr algo tu cabeza estallará. Sin embargo, lo que la vida no sabe es que el deseo, la voluntad del ser humano puede ser tan fuerte que consigue hacer que lo imposible simplemente se convierta en difícil, consigue que esas fuerzas que faltan para llegar hasta lo que más quieres aparezcan y cuando esto sucede, no sólo puedes rozarlo, puedes palparlo, abrazarlo, sentirlo tan cerca que piensas que nada te lo podrá arrebatar. 
Puede que a lo mejor eso que tanto aprecias no permanezca para siempre o puede que sí, pero eso ya no es cuestión de la vida, eso se decidirá según lo importante que lo consideres, porque realmente lo único que hace la vida es poner las cosas difíciles, pero son sólo pruebas para ver hasta donde eres capaz de llegar, para comprobar si eres capaz de lograr lo que, en un principio, parece irrealizable.
Así que, ¿por qué pensar que algo es imposible? No vale la pena. Cuando quieras lograr algo hazlo, no lo intentes, hazlo, esfuérzate por conseguir que esos grandes sueños que quieres alcanzar se cumplan, trabaja duro y conseguirás todo lo que te propongas. Es tan fácil como decir "Puedo hacerlo".


Supongo que la vida puede crecer, aunque esté rodeada de muerte... Puede surgir, aunque lo que la rodee no sea más que mierda y podredumbre. Así que imagino que ese debe ser el misterio de lo que la gente llama "esa gran mentira", porque no son capaces de darse cuenta de lo fuerte que es, prefieren pensar que la muerte es esa dolorosa verdad antes que creer que la vida es esa dolorosa y agraciada verdad. A veces será una puta que no sabrá comportarse, que le dará igual que la poseas, pero, realmente, es la única oportunidad que tenemos en el mundo, porque no hay nada más allá de ello, exactamente, sólo existe una espesa y profunda nada, así que antes de decir que prefieres la muerte, piensa que cuando todo acabe, por mucho que te arrepientas no volverás a surgir, pero si luchas aún tienes la oportunidad de convertir lo doloroso de la vida en algo precioso. Si te ríes en la cara de la vida, los golpes que te de no dolerán tanto.

¡Tú! Sí, tú. Hoy tenía ganas de hablar contigo, hoy quería decirte muchas cosas. Quería decirte que te quiero, que necesito darte un abrazo, que me hace muy feliz pensar que somos amigos,que tengo muchas ganas de verte y escuchar tu risa cuando me ponga tonta y no poder evitar sonreír con las cosas que haces, a las que tú llamas hacer el gilipollas, pero yo no lo veo así. Pero, otra cosa... Tengo miedo... Ya sabes lo insegura que soy y llámame boba, porque lo soy, pero es que tengo miedo de que cuando nos veamos en persona pase algo, que todo cambie, que no te guste como soy en realidad, que mis abrazos te parezcan horribles, que pienses que no soy la persona que conocías... Me aterroriza la idea de que todo pueda terminar... Pero, lo dicho, soy una boba demasiado insegura con las cosas que está intentando aprender a ser una valiente, así que no me lo tengas en cuenta cuando nos veamos, porque yo sé que tú no eres de los que abandonan a los demás, yo sé que tú eres demasiado buena persona y sé que cuando me dices "te quiero" lo dices de verdad. Así que sólo me queda una cosa más que decir y ya sabes que no es la primera vez que te lo digo: Te quiero y me alegro de que hayas entrado en mi vida. Gracias por ser mi amigo en la distancia.




Lo hice. Lo acababa de hacer. Había sido tan rápido que me pareció irreal, falso. ¿Habría hecho algo mal? No, porque entonces empezó; Sentí como la muñeca me escocía, me picaba, pero entonces vi como unas gotas rojas salían de ella. Era como lluvia que se resbalaba por mi piel.
Desprendía un olor metálico que hubiera pasado desapercibido para cualquiera, pero no para mí. Todavía recordaba el aroma que desprendía desde la cabeza de Iván. Me habían entrado nauseas y estuve a punto de desmayarme, pero tenía que salvarle, tenía que conseguir que los dos saliéramos de aquel coche con vida.
A mí siempre me había dado miedo la sangre, era como una señal de muerte y en ese momento lo significó.
Me costaba respirar y mirarle. Estaba hiperventilando y no conseguía mantener la calma. Entonces lo vi; Sobresalía de su bolsillo un pequeño móvil que parpadeaba desprendiendo una tenue luz.
Estiré mi brazo tembloroso hacia el pequeño teléfono, pero temblaba tanto que no pude evitar rozar mi mano con una de las heridas de Iván. Mi palma tenía sangre, no era mía, pero lo parecía. Vomité.
Cuando lo eché todo, me limpié la boca con la manga de la chaqueta y cerré un poco los ojos intentando que se me pasara el mareo. Cuando los abrí, oculté mi mano con sangre y estiré la otra que temblaba aún más. Sin embargo, en esa ocasión no le toqué y pude coger el móvil.
Marqué el número de una ambulancia y esperé a que alguien me contestara. Esos pocos segundos que tardó la mujer en coger el teléfono se volvieron minutos, se volvieron horas. Me sentía tan impotente sosteniendo un móvil entre mis manos mientras Iván, inconsciente, se desangraba a mi lado.
Cuando, por fin, sentí la respiración de alguien a través del teléfono no puede evitarlo y me puse a gritar: “¡¿Por qué han tardado tanto en contestar?! ¡Necesito ayuda, maldita sea, necesito ayuda!”
Entonces la mujer que había contestado me gritó a mí, pero de una forma tan delicada que no parecía que levantara la voz: “¡Cálmate, por favor! Dime qué ha pasado y dónde estás.”
Le contesté, pero mi voz temblaba, toda yo temblaba. Pensé que tendría que volver a repetírselo todo, pero me sorprendió diciéndome que ya mandaban una ambulancia hacia allí y me ordenó una última cosa, que tratara de tapar la cabeza de Iván con algo, pero que no lo moviera bajo ningún concepto.
Con algunos gestos que me resultaron muy dolorosos conseguí sacarme la chaqueta con la que intenté tapar su herida. Pocos minutos después apareció la ambulancia.
Unos hombres sacaron primero a Iván con mucho cuidado y después me sacaron a mí. Cuando estaba fuera intenté caminar, pero el primer paso me hizo caer. Me agarraron por los brazos y me ayudaron a entrar en la ambulancia donde esperaba Iván. Le habían puesto un collarín e intentaban darle aire, pero no reaccionaba. Las manos enguantadas de los que intentaban insuflarle vida estaban cubiertas de sangre.
Los mareos volvieron y por un momento pensé que volvería a vomitar, pero me contuve. Tenía que aguantar hasta que lo ayudaran, hasta que lo sacaran del peligro, pero entonces surgieron las palabras que más temía. Fueron un susurro, pero las escuché como si me las hubieran gritado al lado del oído: “Se acabó, no podemos hacer más, hora de la muerte, las 6:45”
Aquellas palabras me destrozaron por dentro. Por primera vez sentí que mi corazón se partía en pedazos tan pequeños que sería imposible reconstruirlo, por primera vez sentí que mi alma se desvanecía, que me quedaba vacía por dentro y el vacío se rellenó con dolor, con un dolor tan fuerte que me sorprendió que en esos momentos no estuviera gritando, sólo llorando en silencio, dejando que las lágrimas surcaran mis mejillas manchadas de polvo y de mi propia sangre...

Jamás me perdoné por lo que había sucedido. Por mi culpa Iván, mi amor, nos abandonó a todos, porque no fui capaz de salvarle, si hubiera contenido la hemorragia habría tenido alguna posibilidad de sobrevivir, pero no fui capaz. Mi estúpido miedo provocó su muerte.
Aquellos recuerdos asaltaron mi mente durante el corte. Sin embargo, cuando vi la sangre, como savia que sale del tronco de un árbol, no quise vomitar, no me mareé simplemente observé como se deslizaba, roja como el vino.
Cuando sentí un leve mareo comprendí que debía detener la hemorragia. Cogí unas gasas y vendé mi brazo. Al momento su blanco quedó manchado por la sangre. Algunas gotitas seguían deslizándose por mi brazo y cayeron en el suelo salpicando mis pies descalzos. Mi piel era tan blanca que parecía que la pureza de la nieve hubiera sido manchada con la sangre de algún animal herido.
Tenía que limpiar las baldosas antes de que alguien entrara. Comprobé que ya había dejado de sangrar y me puse un vendaje más por encima de las gasas, para que dejara de verse la gran mancha roja. Empecé a limpiar la sangre con papel higiénico y luego eché un poco de jabón al suelo para terminar de borrar las huellas de mi delito. Cuando comprobé que todo estaba limpio me puse la bata y procuré tapar lo mejor que pude el brazo donde tenía el vendaje.
Bajé a cenar junto con mi hermano mayor, Rafael. Aquel día estaríamos solos porque nuestros padres estaban en una conferencia por culpa de su empresa, pero no nos importaba, la verdad era que lo raro en casa era que ellos estuvieran con nosotros. Nosotros, éramos algo secundario e incluso terciario, no éramos nada, sólo la mierda que nuestros padres crearon.
Rafael había hecho un poco de arroz blanco y frió dos huevos. Sirvió los platos sin dirigirme la palabra ni mirarme a los ojos. Desde el día del accidente se había portado de esa forma tan distante conmigo. Iván había sido su mejor amigo y aunque él hubiera sido mi amor Rafael lo conocía desde hacía demasiado tiempo como para sentir menos pena y tristeza que yo.
Le di las gracias y me puse a mirar al plato mientras revolvía la comida con el tenedor. La verdad era que no tenía hambre, sólo mucho sueño, pero después de lo que acababa de hacer me daba miedo que mis ojos se cerraran.
Observé a mi hermano, quien comía con mucho ímpetu. Los dos éramos físicamente muy parecidos: Pelo negro, piel clara, la misma pequeña nariz recta, la cara en forma de corazón, la diferencia se encontraba en nuestros ojos; Los suyos eran azules como el mar, muy azules, siempre me fascinaron esos ojos que estaban llenos de vida. Los míos, por el contrario, eran grises y sólo desprendían tristeza.
-¿Qué miras? –me espetó.
-Nada, es que no tengo mucha hambre. –le contesté, pero sin mirarle a los ojos, no me atrevía.
Me miró, como si intentará atravesarme con sus ojos. Me estaba poniendo muy nerviosa hasta que, por fin, habló.
-Pues si no quieres comer guárdalo en un táper y mételo en la nevera.
Usó uno tono tan seco que hizo que sólo me entraran ganas de llorar.
-Vale. Lo guardaré.

Encerrada en mi habitación me eché en la cama sin encender la luz ni quitarme la bata. Dejé que las lágrimas corrieran por mis mejillas, pero en silencio, a pesar de que las ganas de gritar me invadieran como un potente veneno.
¿Qué me quedaba? Mis padres nos odiaban a mi hermano y a mí, Iván había muerto por mi culpa y Rafael, la persona a la que más quería en este mundo, no me dirigía la palabra y cuando lo hacía sólo me lanzaba miradas de odio y escupía las palabras sobre mí. En momentos como ése, sólo deseaba que todo acabara, que el mundo me tragara y me hiciera desaparecer.
Otra vez, esa sensación de vacío se cernía sobre mí, como el día del accidente, pero esta vez el dolor que lo llenaba era más grande. Habían pasado cinco meses desde lo del accidente, pero en ningún momento me había sentido tan mal como entonces. No lo soportaba. La cabeza me dolía debido al gran esfuerzo que tenía que hacer para no gritar. Cuando me pasaba eso sólo podía hacer una cosa para solucionarlo: Cortar.
Sería peligroso, ya lo había hecho antes y había expulsado demasiada sangre, pero había un impulso que me hacía querer hacerlo de nuevo.
En el cuarto de baño me saqué la bata que arrojé contra la bañera y después me arranqué los vendajes del brazo dejando al descubierto las cicatrices de crímenes pasados. Adornaban mi brazo como si una serpiente se hubiera enrollado a su alrededor.
Saqué la cuchilla, que guardaba siempre detrás del váter pegada con cinta adhesiva, y la acerqué a mi brazo. Estaba a punto de hacerlo cuando la puerta se abrió de golpe. Rafael acaba de entrar con una toalla enrollada en su cintura, dispuesto a darse un baño, pero lo vio; La bata tirada dentro de la bañera, los vendajes y las gasas manchadas de rojo, la cuchilla en mi mano, las marcas de mi brazo.
Corrió hacia mí. Pensé que me daría una bofetada, pero lo único que hizo fue abrazarme. Me asusté, ni siquiera solté la cuchilla sólo tenía los ojos abiertos como platos sintiendo como mis lágrimas volvían a correr por mi cara.
-Suéltala, por favor. –me susurró Rafael al oído.
Al momento lo hice. Cayó haciendo un ruido metálico que resonaba dentro de mí. Sin embargo, a pesar de que mi mano ya la había soltado, no fui capaz de abrazar a mi hermano.
-¿Por qué? –preguntó.
No respondí.
-¿Por qué? –repitió.
“Porque ya no tengo a nadie, Rafael, porque me siento sola, impotente, porque la persona a la que más quería murió por mi culpa, porque a la que más quiero, por encima de todo, me odia y ese eres tú, Rafael. Porque ya no soporto la culpa ni la soledad que lo único que hacen es devorarme por dentro...”
Pensé en todo eso, pero no me atreví a decirlo. Ese abrazo me tendría que haber ayudado a sentirme mejor, pero sólo hizo que me pusiera furiosa. Lo aparté de un empujón, cogí la cuchilla y por una vez en mucho tiempo le miré a los ojos.
-¡¿QUÉ TE IMPORTA?! ¡MI VIDA ES MI VIDA Y TÚ NO TIENES POR QUÉ METERTE EN ELLA!
Salí del cuarto de baño dando grandes zancadas. Mi hermano se quedó inmóvil mirándome, suplicando con esos ojos. Pero me daba igual. Me había hecho daño, durante cinco meses.
-Suelta la cuchilla, por favor.
-¡NO!
-¡¿No ves que te vas a matar?! –gritó Rafael con las lágrimas a punto de desbordarse.
-¡¿No ves que si lo hago es porque me da igual?!
Rafael dio un paso atrás y cayó en la bañera. Salí de allí y volví a encerrarme en mi cuarto. Cerré con el pestillo y volví a echarme en mi cama. Escuché como sus pasos se acercaban a la puerta y empezaba a aporrearla.

No paraba de gritarme que abriera la puerta y aunque pasaron las horas él seguía golpeando la puerta de pino negro con la misma fuerza. Llegué a asustarme, porque no paraba. Cuando fue la una de la mañana cesó y sólo dijo una cosa.
-Lo único que te pido es que por favor dejes la cuchilla y la pases por debajo de la puerta. Por favor. –su voz sonaba cansada.
Yo también lo estaba y hubo un impulso que me hizo levantarme y dirigirme hacia la puerta. Me agaché, pero antes de pasarle la cuchilla me hice un pequeño corte en el dedo y con las gotitas que salieron de él, manché el filo de la cuchilla. Después se la pasé por el pequeño hueco que había debajo de la puerta.
Pasaron un par de segundos y escuché como sus pasos se alejaban. No me había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración hasta que oí como se iba. Me alejé de la entrada y me metí en la cama mientras me chupaba el dedo. El sabor de la sangre inundaba mi boca y acabé durmiéndome con el metal del líquido.

Desperté con un rayo de sol en la cara. Abrí los ojos poco a poco para habituarme a la luz. Apenas recordaba lo que había pasado la noche anterior, pero entonces localicé la pequeña cicatriz de mi dedo índice. Todos los recuerdos vinieron de golpe a mí.
Me daba miedo abrir la puerta, pero no me quedaba más remedio que hacerlo. Me arrepentí cuando lo hice. La puerta de pino estaba llena de manchas de sangre seca y en el suelo había un par de gotas más.
Con pasos cuidadosos fui hasta el cuarto de Rafael. La puerta estaba entreabierta. Me asomé un poco para comprobar si estaba ahí y, en efecto, allí se encontraba. Estaba sentado en el borde de su cama, con las piernas un poco abiertas, la cabeza apuntando hacia abajo, los brazos colgando y entre sus manos, cuyos nudillos estaban llenos de sangre, la cuchilla con restos del líquido con el que la había manchado.
Entré dentro, pero pensé que no se había dado cuenta de mi presencia, pues no levantó la mirada del suelo. Me alegré de que no me mirara, ya que no habría sido capaz de contener las lágrimas.
-¿Por qué? –me asusté al escuchar el sonido de su voz. No sonaba bien, era como si tuviera la garganta seca y la voz quedaba ahogada por las lágrimas saladas.
Quería responder, pero no me veía capaz. Cada vez que abría la boca sentía que sólo podría gritarle y no quería, no quería que las cosas acabaran como la noche anterior.
Levantó la cabeza y me miró. Sus ojos, que siempre habían desprendido vitalidad, parecían estar muertos y estaban inundados. Entonces hizo algo que no me esperaba; Cogió la cuchilla con su mano derecha y se hizo un corte en el brazo. Al momento la sangre corrió y me empecé a marear. Rafael siguió haciendo cortes en su brazo, pero la quinta vez que se iba poner la cuchilla corrí hacia él y le pegué una bofetada.
-¡¡¡PARA!!! –le grité. -¡¡¡POR FAVOR, PARA!!!
Le quité la cuchilla y la tiré al suelo, lejos de él, lejos de mí, lejos de nosotros. Caí de rodillas a su lado y lloré como nunca antes lo había hecho. Apoyé mi cabeza en su pecho mientras las gotas saladas se derramaban en su cuerpo. Me abrazó y sentí como la sangre de sus brazos me empapaba.
En esos momentos no me sentí furiosa, sino aliviada, querida por primera vez en mucho tiempo.
-Lo siento –le susurré. –Lo siento tanto.
Me abrazó con más fuerza y entonces me susurró al oído.
-Te quiero muchísimo. Eres la persona a la que más quiero y jamás te abandonaré. Y quiero que sepas que esto lo superaremos juntos, pero por cada corte que te hagas yo me haré otro, porque no pienso dejar que tú sufras sola. Si a ti te duele, a mí también.
Pasé mis manos por sus nuevos tatuajes de sangre y traté de limpiarlos con la manga de mi pijama, pero entonces vi que sus heridas ya habían dejado de sangrar.
Más tarde limpiamos la sangre que había en mi puerta y en el suelo. Juntos, cogimos la cuchilla y la tiramos y vimos como el camión de la basura se llevaba la bolsa donde la habíamos echado. Con cuidado, desinfecté las heridas de Rafael y él me ayudó a ocultar las mías. Ahora y desde entonces, cada día al levantarme y salir de mi casa, miro al cielo y digo: “Gracias”
No se las doy a Dios, tampoco se las doy al Universo, sólo se las doy a una persona que me enseñó que la vida es la cosa más maravillosa que podemos tener y que lo único que podemos hacer en los malos momentos es luchar y afrontar las cosas que vienen, pues por cada cosa mala viene una buena, no así de repente, pero llega. Y nunca estamos solos, porque siempre hay alguien que nos dirá que nos quiere, a lo mejor no lo tenemos a nuestro lado ahora mismo, pero siempre viene, siempre está.




Anouk. Así era como me llamaban. Yo no había elegido el nombre, pero no me podía quejar, por lo menos conservaba algo de mi anterior vida. Todas las mañanas me despertaba con el miedo llenando mis venas y con los pulmones llenos de aire frío. Cada bocanada me dolía, como si algo me golpeara en el pecho. Era horrible, pero valía la pena con tal de poder seguir viva en aquel mundo.
Al despertar, lo primero que me encontraba era con un espejo. Me deprimía verlo allí todas las mañanas. Mirarme y ver esas grandes ojeras que me asomaban por debajo de los ojos, con el pelo sucio y negro, la cara pálida y los ojos grises, sin vida. Al abrir mi armario todo lo que se veía era oscuro. En ocasiones me llamaban gótica, otras veces emo, yo no seguía ninguno de esos estilos, pero me daba igual como me considerasen. Sólo tenía quince años y, sin embargo sentía que había vivido más que una persona normal. Habían pasado tantas cosas en mi vida que las nimiedades que podrían preocupar a cualquier adolescente a mí me traían sin cuidado.
Estaba sentada en un banco de un viejo parque que estaba abandonado. Hacía mucho frío y veía como el vaho salía de mí cada vez que respiraba. El sonido de la rueda girando acompañaba al viento, que me azotaba con fuerza, las cadenas oxidadas de los columpios moviéndose como si trataran de revivir el recuerdo de los niños que anteriormente iban a jugar allí. El recuerdo. Ése era el motivo por el que me encontraba allí, por todos los recuerdos que me traía aquel sitio. Sin embargo, pensar en ello me deprimía, pensar que una vez tuve algo y acabé perdiéndolo. Nostalgia, melancolía por lo que había desaparecido de mi vida.
Sacudí la tierra que había bajo mis pies, y entonces lo vi. Un gato negro de ojos azules, que me observaba desde el otro lado del parque. Dejé de levantar el polvo que había bajo mí y lo miré, con curiosidad. Me sentía como si me estuviera analizando, aunque al momento pensé que era una estupidez. ¿Cómo me iba a estar analizando un gato? Aún así, sus ojos me producían escalofríos.
Me levanté, metí las manos dentro de mi sudadera y decidí pasar del animal. Le di la espalda, pero un presentimiento me decía que el gato, me seguía observando, viendo como caminaba saliendo de aquel sitio rodeado de árboles muertos y fuentes secas.
Hacía muchísimo frío, pero yo seguí caminando en un vano intento por recuperar algo de calor. Cualquiera pensaría que lo mejor que podía hacer era irme a mi casa, tomarme un vaso de leche caliente y sentarme en el sofá rodeada por un ejército de mantas de lana. Pero el gran problema era que la casa, donde vivía, no era mi hogar. Allí el calor no se sentía, era peor que estar en el propio infierno, nada era real, tan solo una ilusión, como un espejismo en el desierto.
Para dramatizar más las cosas, empezó a llover. No es que fuera algo que me importase, caminar bajo la lluvia era una de las cosas que más me gustaba hacer. Era como si me limpiaran las impurezas, como si las cosas malas desparecieran y se resbalaran abandonando mi cuerpo. Me quedé quieta, subí la cabeza hacia arriba, cerré los ojos y dejé que las gotitas de lluvia me cayeran en la cara mientras resbalaban por mis mejillas. No pude evitar esbozar una sonrisa.
Corrí debajo de la lluvia. Empapándome. Bailando. Pero nada me importaba entonces, ese instante era demasiado perfecto para abandonarlo, para dejarlo de lado, tan solo para preocuparme.
Frío. Una sensación que me recorrió todo el cuerpo. Me dolió. Frío. Esta vez fue más intenso, como si algo sólido lo provocara. Me giré, con el agua cayendo por mi cabello como si fueran los hilos de una telaraña. Un chico, de cabellos negro azabache, se resguardaba de la lluvia bajo la copa de un gran árbol que todavía conservaba unas pocas hojas. Iba vestido completamente de negro, pero lo que más me había sorprendido era que no llevaba nada en los pies. Me recordaba a cierto cantante que a mí me encantaba. Era la única persona, cuyas canciones conseguían sacarme una sonrisa. El pelo le caía sobre los ojos de una forma preciosa, pero aún que apenas se le vieran, se podían distinguir un par de destellos azules que me causaban escalofríos, por el simple echo de que se dirigían directamente hacia mí. Me recordaban algo, pero no sabía exactamente el qué.
Nos miramos durante unos pocos segundos, que para mí se volvieron una eternidad, pues me había dado tiempo a examinarle centímetro a centímetro y parecía que él había hecho lo mismo conmigo. Jamás había visto a alguien como él:Misterioso, oscuro, pero que me provocaba una sensación de... La verdad era que no tenía palabras para describirlo. Nuestros ojos seguían conectados, pero no decíamos nada, supuse que sobraban las palabras.
Salió de debajo del árbol y se acercó hasta donde estaba yo. La lluvia comenzó a empaparlo y la camisa, completamente mojada, le marcaba todos los músculos. Era hermoso. No apartó la mirada ni por un segundo y yo tampoco lo hice. Estaba prácticamente pegado a mí y veía como el agua le resbalaba por el pelo. Estaba tan serio que hasta daba miedo, pero sentía algo extraño. Una sensación de calidez se apoderó de mi cuerpo. Nunca había sentido algo así. Era tan confortante.
Se acercó aún más a mí y me puse nerviosa. Era hermoso y sus ojos no dejaban de mirar a los míos. Sólo tenías ganas de hacer una cosa, una estupidez, una locura. Un beso. Y lo hice.
Posé mis labios sobre los suyos y sentí como el calor me inundaba y como el frío se desvanecía. Pensé que se apartaría de mí, pero me tomó entre sus brazos y prolongó el beso dejándome casi sin respiración. No me importaba. Me gustaba. Pero todo momento llega a su fin, aunque uno no quiera que ocurra, siempre pasa.
No fui yo la que se apartó, fue él. Se mostraba nervioso e inseguro, deseoso de algo más. Más bien, parecía que tenía miedo de algo.
-Lo siento.
No lo entendía, ni comprendía. ¿Por qué se disculpaba? Miró mi muñeca, durante una milésima de segundo y yo también lo hice. Lo que vi, me asustó. La sangre goteaba por mi mano, pero yo no sentía ningún dolor. Era como si me hubieran rajado las venas.
Por instinto presione con mi otra mano la herida, pero parecía que no funcionaba. Me estaba mareando y la sangre no dejaba de salir. Le miré con ojos suplicantes, quería que me ayudase, pero no hacía nada, tan solo miraba como mi alma deseaba abandonar mi cuerpo.
-¿Qué está pasando?
No me contestó. Me aproximé a él y le miré a los ojos más decidida que nunca en busca de una respuesta. Me encontraba fatal, pero intenté sostenerme de pie.
Ya no pude más, y me desplomé en el suelo, viendo como un pequeño charco de sangre rodeaba mi muñeca, y como la sangre se iba mezclando con el agua que caía sobre mí copiosamente. Ese chico se quedó mirándome, impotente, cobarde. Mis ojos se empezaron a cerrar, pero antes de que mi alma me dejara, oí la respuesta:
-Necesito tu vida.
Y supe que la luz jamás volvería a iluminar mis ojos.


Y esa sensación rara en el estómago, los ojos llorosos, la carne de gallina, la cabeza como si le estuvieran metiendo presión, la costosa respiración y esa sensación que no sé lo que es, creo que es mi corazón que va acelerado. Es que me duele ver que se quiere morir.



Eran dos y
uno le dijo al otro:

“Mira al horizonte,
hacia donde el Sol se pone.
Mira la Luna,
tan plateada,
como observa acongojada
a la espuma,
tan blanca
que danza con el agua
en ese negro mar
que ansioso está
de que las estrellas salgan ya.”

“¿Cómo
algo tan grande como la Luna
asustarse del mar puede?
No debe,
sentido no tiene.
¿Cómo
la Luna,
astro del cielo,
mira con miedo hacia abajo?”

“Me preguntas eso
mas no entiendes
el hecho
de que mar y cielo
separados no están
como uno siempre permanecerán.”

Negaba y negaba,
una y otra vez,
que lo que le decía su amigo
verdad es.

“El cielo es mayor,
no hay comparación,
uno no son,
locuras dices.”

“Locuras no son.
Durante el día
claros y brillantes se tornan.
La noche
oscuros y tétricos los vuelve
y en extrañamente hermosos
se convierten.
Las nubes son olas agitadas
y la espuma nubes blancas.
Los peces son estrellas
que bailan en el agua,
resplandecen.
Y en el cielo,
blanco, gris, negro
se reflejan.
Y cuando la lluvia cae
se unen
como si un par de enamorados fueran.”

“El enamorado debes ser tú,
normal no es
que cosas así digas.”

“Mi mente no deja de divagar,
no dejo de pensar
en ese alguien especial.
Si quieres, enamorado llámame,
pues lo estoy del mar,
como un pirata
sin ir más allá.
Yo soy el cielo,
que hacia abajo mira
y si asustado estoy
es por el miedo a que algún día
ese mar que contemplo
desaparezca
y un vacío en mí quede.”

Quien no entendía estas palabras se alejó,
sin dejar de negar
todo lo que el otro contaba,
sin dejar de afirmar
que su amigo loco estaba,
pero a él no le importó,
que pensará que cuerdo no era.

Siguió mirando al horizonte
donde el Sol se pone
donde la Luna
con su fina luz
besa al mar,
porque amar
es algo que no puede evitar.




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