“La muerte nos persigue”, al menos eso es lo que decía mi abuela y su afirmación no estaba mal encaminada, igual que tampoco lo estaba ese BMW negro que se saltó el semáforo y que no dudó en ir más rápido cuando el desastre ya había sido causado.
Sangre, huesos rotos... Me es difícil dormir si cada vez que cierro los ojos escucho esa sinfonía de crujidos mezclada con un agonizante grito de dolor y el motor del coche acelerando. El asfalto manchado de ese oscuro rojo que se podía confundir con el color de la carretera... En mis sueños, aunque los debería llamar pesadillas, aún lo veo y brilla bajo el frío Sol.
Ha pasado un año desde entonces y muchas salas de loqueros he visitado, numerosas pastillas me han recetado y yo sigo igual de deprimido y mi cerebro continua recordándome cada noche los atroces acontecimientos de aquella mañana del 25 de octubre. Pero, no sólo yo mismo, sino que mire donde mire sólo la veo a ella: Su larga cabellera negra, su pequeña nariz recta, su bufanda roja y su abrigo gris.
Cada pequeño detalle sigue encerrado en mi mente y vivo como un pájaro enjaulado dentro de mi propia cabeza.
No sé si alguna vez habría sido capaz de superarlo, pero cómo hacerlo si ni siquiera la televisión evitó mostrar de lo sucedido y que horrible fue el llanto. Jamás unas lágrimas me supieron tan amargas...
Son el miedo y esas finas gotas cayendo por esos tristes ojos los que me hacen estar sentado junto a esta lápida, con una pistola en el pantalón y un sobre en el que meteré mis últimas palabras emborronadas con mi lo que es mi último lloro, pero no puedo impedirlo, un año llevo aguantando este profundo dolor y voy a dejar que salga.
Nunca quise hacerle daño, nunca quise que la muerte fuera tan pronto a por ella, a por esa pequeña de seis años a la que aún veo a través de la ventana del parabrisas, con su fina sonrisa y su bufanda roja ondeando al viento. En esa mañana del 25 de octubre yo provoqué que la Parca y ella se dieran la mano para nunca más soltarse...

No tardaron en encontrar el cadáver en el cementerio. Tenía un agujero de bala en la cabeza, su sangra salpicaba una pequeña lápida gris en la que está escrito:

Penélope
5 de julio de 2006
25 de octubre de 2012
Amada hija que se fue muy pronto


Nunca se supo quién era aquel hombre que apareció muerto junto a la tumba, tan solo había una pistola y una carta dentro de un sobre en el que habían escrito con letra temblorosa: Perdón.

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