Las
ramas del viejo árbol petrificado, bajo el que estoy, crujen
amenazando con romperse al más mínimo soplo de viento. Unos copos
fríos y húmedos caen sobre la tierra negra, dejando un espeso manto
blanco y puro que no tarda en tornarse rojo, casi negro, al pisar
sobre él un desconocido de holgadas ropas y pies descalzos.
Nunca
he presenciado una escena como la que mis ojos están viendo. Estoy
asustada y demasiado sorprendida como para notar la fría nieve que
se cuela por mi bufanda y cae sobre mi cara.
De
repente, un viento gélido hace aparición y golpea mi rostro igual
que si mi tía me hubiera dado una bofetada por romper un plato de su
vajilla preferida. El individuo, sin embargo, sigue caminando como si
el viento fuera una brisa en medio de un día caluroso. Algo fresco y
agradable.
Cada
paso suyo deja un rastro oscuro que emite un vapor gris que hace que
se me ericen los pelos de la nuca. Me quiero ir de allí, estar
sentada frente a la chimenea y sentir el calor del fuego mientras mi
tía prepara la cena de Nochebuena.
Entonces,
¿por qué estoy aquí? Estoy aquí porque no quiero celebrar nada,
porque prefiero estar sola, porque no le veo sentido a esa fiesta si
no puedo estar con gente que me importa, pero ahora no tengo a
nadie...
Siento
que una lágrima sale de la comisura de mis ojos y se congela en mi
mejilla. Levanto la cabeza y unos ojos blancos como perlas se fijan
en los míos. Suelto una nube de vaho y mi corazón empieza a latir
más rápido. Ese ser no tiene pupilas, como la cáscara de un huevo
que acaba de abrirse.
Me
entra el pánico y me quedo paralizada en cuanto veo que empieza a
acercarse. Debería correr, pero las piernas no me responden.
No
tarda en estar a escasos centímetros de mí. Sólo es piel y huesos.
Sus manos esqueléticas sostienen algo que lo obliga a andar
encorvado y entre sus dedos se escurre un líquido espeso como el
alquitrán.
Extiende
sus brazos, como si me ofreciese el tesoro que protege con sus pobres
manos. Hay algo que me insta a aceptar su obsequio aunque no sepa qué
es.
Mis
pálidos dedos, temblando, tratan de tocar ese líquido que huele a
sangre. Estoy a punto de hacerlo, pero entonces siento algo frío
como el hielo en mi cuello.
No
me había dado cuenta de que una de sus manos se estaba dirigiendo
hacia mi garganta. Me levanta del suelo. Trato de coger aire y de
apartarlo de mí, pero cada vez aprieta con más fuerza.
Su
otra mano, cerrada en un puño, aún expulsa ese líquido que ya no
huele a sangre, sino a lluvia, a tierra húmeda, a flores secas, a
hierba muerta... La coloca sobre mi pecho y la abre.
Noto
una fuerte punzada en el corazón, seguida de muchas más, algo me
oprime el pecho y aprieta mis pulmones, como si quisiera entrar por
una puerta cerrada y entonces siento cómo algo cálido empieza a
descender por mi ropa y me aterra pensar lo que es.
El
mundo se desvanece, todo está oscuro...
Me
siento como si acabara de despertar de una horrible pesadilla. Un
frío horrible me cala los huesos, me duele todo el cuerpo. Es de
noche y trato de acostumbrarme a la oscuridad.
Intento
levantarme, pero siento un terrible dolor que atraviesa mi pecho. Me
apoyó en un tronco de áspera corteza y consigo ponerme en pie.
Apenas
recuerdo lo que ha pasado, sólo sé que quiero irme a casa...
Con
pasos lentos empiezo a moverme, aunque el dolor va en aumento y en un
par de ocasiones creo que me caeré al suelo y que no seré capaz de
seguir, que acabaré cubierta por la nieve y me encontrarán fría,
con los labios azules, los ojos cerrados y una pequeña lágrima
sobre mi mejilla, todo conservado en una tumba de hielo... Pero, debo
continuar, aunque realmente esta profunda oscuridad me marea. No sé
dónde estoy, no sé qué camino tomar, sólo que sé que si paro
todo terminará...
Mis
pies me llevan recto. Una corazonada me indica que continúe por esa
dirección y no tardo en llegar a una calle iluminada por farolas. La
luz me ayuda a orientarme y todas las imágenes se vuelven más
nítidas y claras. No estoy lejos de mi casa...
Una
puerta amarillo chillón es la única frontera que me queda para
llegar a ese sitio al que nunca llamaré hogar. Meto la mano en el
bolsillo de mis vaqueros y saco un juego de llaves plateadas que no
tardo en introducir en la cerradura y, con un sonido chirriante, la
puerta se abre.
Ahí
dentro la oscuridad es mayor. Camino por los pasillos e intento
dirigirme hacia el baño para refrescar mi cara.
Cuando
entro, enciendo la luz y caigo de rodillas cuando veo mi aspecto: Mi
ropa está manchada, empapada de una sustancia roja... Sangre... y el
color de mis ojos está desapareciendo, se están quedando tan
blancos como la nieve que cubre las calles.
Siento
una descarga en el corazón y otra más y otra. Grito de dolor sin
poder evitarlo y caigo al suelo mientras las lágrimas bajan por mi
rostro. Algo en mi pecho se mueve, como si quisiera salir.
Desgarro
mis ropas y veo una enorme cicatriz atraviesa mi pecho desnudo. Algo
se mueve bajo mi piel y unas gotas de sangre empiezan a salir por esa
gran marca que hay en mi cuerpo.
Tengo
que sacarme lo que sea que hay debajo de la marca de mi pecho. Hay
una lima con punta en el bidé. La cojo y, sin pensármelo dos veces,
intento abrir la cicatriz, lo que hay debajo debe salir...
La
sangre empieza a brotar, pero también hay algo más, algo sólido y
negro que late con fuerza. Lo palpo con mi mano. Quema, está
ardiendo, pero me duele demasiado.
Lo
agarro con fuerza y siento que la piel se me derrite, pero tiro y lo
arranco de mi pecho...
Durante
unos segundos el dolor se desvanece, pero no solo eso, sino que todos
los sentimientos que torturaban mi mente se han ido, han desaparecido
y se han convertido en nada. Estoy vacía, mi alma se ha ido...
Miro
mi mano ensangrentada. Un corazón negro y pequeño late débilmente
dentro de mi puño. Está sangrando cada vez más despacio. Siento
que me falta el aire, pero no me importa.
Sonrío
mientras noto como el corazón se para. Se detiene y empiezo a sentir
que caigo...
Una
débil y tenue luz cae sobre mi cara. Abro los ojos muy lentamente,
me cuesta mucho. Estoy en una habitación de paredes blancas. Intento
incorporarme, pero apenas tengo fuerzas y al intentarlo siento una
punzada en el pecho.
Me
recuesto de nuevo en la cama de sábanas blancas. Llevo ropa de
hospital. Miro hacia los lados. Una mujer está dormida en una silla.
No tardo en reconocerla: Es mi tía, durmiendo plácidamente.
Muchos
recuerdos vienen de golpe a mi cabeza. Los recuerdos de una horrible
pesadilla. Pero empiezo a rememorar la realidad... Mi corazón... Me
habían puesto otro corazón que está más vivo que el que antes que
descansaba dentro de mi pecho.
Se
había parado, casi muero y ahora con un órgano distinto tengo
posibilidades de vivir.
Hay un
pequeño reloj de pulsera atado en la muñeca de mi tía. Lo miro. Es
la una de la mañana del día 25 de diciembre y ya he recibido mi
regalo de Navidad.