Me
desperté, desorientada, sin saber dónde estaba, ni lo que había
pasado. Tenía la visión borrosa y me dolía la cabeza. La boca me
sabía a hierro, a sangre. Cuando mi vista comenzó a mejorar pude
ver que estaba en un callejón, iluminada tan solo por una farola que
apenas emitía luz. No sabía como había llegado hasta allí, pero
en esos momentos no me importaba saberlo, sólo quería salir de ahí.
Traté
de levantarme, pero las piernas no me respondían. Tenía todas las
extremidades entumecidas. Debía de haber pasado muchas horas metida
en esa oscura calle. Hacía frío, mucho frío, demasiado para que
fuera una típica noche de verano, pero ¿y si no era verano? No
recordaba nada, podría estar en cualquier fecha y yo no saberlo.
Traté
de mantener el calor, pero no podía, me resultaba imposible. Cuantas
más veces lo intentaba más frío tenía. Cada vez que trataba de
moverme el cuerpo me comenzaba a doler horriblemente. Lentamente
intenté mover los brazos y sentí como la sangre circulaba
nuevamente por mis venas, pero no era una sensación agradable, es
más, la detestaba. Me sentía como si fuera un cadáver al que
trataran de reanimar. Frío, sin vida.
Cuando
sentí que los brazos recuperaban su movilidad, decidí continuar por
las piernas. Tenía la carne de gallina y tan solo el roce con mi
piel resultaba una sensación extraña, era como si no fuera yo, como
si tocara a un desconocido.
Me
resulto realmente difícil reanimar mis piernas, pero después de un
rato conseguí que reaccionaran. Me levanté y sentí como el frío y
húmedo asfalto castigaba a mis pies descalzos. Fue cuando me di
cuenta de que tan solo llevaba un corto pijama de verano.
Los
primeros pasos fueron los más difíciles. Me tuve que apoyar varias
veces en las paredes para evitar caerme. Cuando conseguí
estabilizarme, empecé a caminar fuera del callejón, todavía
iluminada por la escasa luz de la farola, hasta que ésta se acabó
apagando, dejándome en la mayor de las oscuridades.
Cuando
conseguí salir de allí traté de buscar alguna calle, algún
cartel, algo que me ayudara a encontrar el camino de vuelta a mi
casa, pero todo estaba demasiado oscuro y había demasiado silencio.
-¡AY!
Había
pisado algo puntiagudo con el pie. Me apoyé contra una pared y palpé
la planta de mi pie tratando de averiguar con qué me había echo
daño. Noté un trozo de cristal e intenté quitármelo, pero se
había incrustado demasiado en mi piel y me dolía mucho. Aún así
traté de aguantar el dolor, me lo quité de un tirón y lo tiré
hacia un lado. Unas pequeñas lágrimas asomaban por las comisuras de
mis ojos, pero no iba llorar. Tenía miedo, pero no pensaba dejar que
el pánico me dominase. El pie me sangraba, pero no tenía nada con
que vendármelo para evitar que se infectara.
Fui
a la pata coja apoyándome en las paredes que encontraba a mi paso.
Estaba desesperada, tenía que encontrar mi casa, pero no reconocía
nada. Fue entonces cuando lo sentí. Un aire cálido en mi nuca, la
respiración de alguien detrás de mí.
Empecé
a temblar y el miedo hizo que un sudor frío me recorriera la cara.
¿Qué debía hacer? La opción más lógica e inteligente hubiera
sido correr, pero con el pie en ese estado me resultaba imposible. La
única posibilidad que me quedaba era girarme, darme la vuelta y
mirar cara a cara a quien me estuviera siguiendo. Traté de reunir
algo de valor y me di la vuelta.
Nadie.
¿Me lo había imaginado? No podía ser, había sentido su aliento,
lo había oído. ¿Cómo podía ser? Quería saber qué estaba
pasando, pero no me iba a quedar allí. Volvía a retomar mi camino,
pero siempre alerta ante el más mínimo ruido que pudiera escuchar.
Estaba
muy cansada y el frío, que seguía aumentando, y la herida del pie,
no me ayudaban. Las fuerzas me abandonaban, sentía que me mareaba y
tenía nauseas. No lo aguantaba más y acabé cayendo al suelo.
Nunca
me había sentido tan mal. Mi visión empezó a volverse borrosa,
pero aguanté, no me iba a rendir. Me apoyé en un cubo de basura que
había a mi lado y me levanté de nuevo. Otra vez. Sentí ese cálido
aliento que minutos antes me había hecho temblar, pero que en ese
momento sólo hizo que me relajara, como si me sintiera a salvo.
Llevé la mano hacia atrás y cuando noté algo sólido lo agarré,
me di la vuelta y lo vi.
Una
farola. No podía ser. Estaba segura de que lo había cogido. No
entendía qué demonios estaba pasando y sentía que la cabeza estaba
a punto de estallarme. Ya no pude más. Me eché en el suelo y
comencé a llorar.
No
comprendía que pasaba. Me sentía como una niña pequeña llena de
preguntas, pero con muy pocas respuestas: ¿Por qué me estaba
pasando todo aquello? No lo sé. ¿Por qué nadie me puede ayudar? No
lo sé.
Mis
ojos empezaron a cerrarse y un profundo sueño me invadió. Ya no me
importaba que el final se estuviera acercando, lo único que quería
era que aquella pesadilla se terminase. Apagué mi mirada y traté de
dormir. Otra vez. El aliento cálido me dio de nuevo en el cuerpo.
Supuse que debía de ser una alucinación, provocada por la ausencia
del calor, pero era tan real que me costaba procesar que aquello
pudiera ser falso. Un burdo engaño de mi cerebro.
Abrí
un poco los ojos, pero apenas podía ver algo, lo único que
distinguía eran dos puntitos azules que me vigilaban desde lo alto.
No, no eran dos puntos, eran ojos. Unos ojos azules como el cielo me
miraban desde arriba. No sé por qué, pero cuando vi aquellos ojos
clavados en mí lo único que se me ocurrió fue sonreír y pensar
que un ángel me iba a llevar con él. Entonces me desmayé.
Cuando
me desperté me encontré en un sitio que desconocía, hasta que caí
en la cuenta de que me encontraba en mi propia habitación. Sentí
como el sudor empapaba mi cuerpo y mis sábanas. Tenía la
respiración acelerada y el corazón me iba mil. Todo había sido una
pesadilla, una horrible pesadilla, pero por fin estaba de vuelta en
el mundo real. Salí de la cama y justo cuando fui a ponerme las
zapatillas sentí un dolor agudo en el pie.
-¡Pero
qué...!
Tenía
una venda ensangrentada rodeándolo. Me la quité con cuidado y vi
una herida que se había puesto a sangrar. En un lado había un
pequeño trozo de cristal. Lo cogí con una mano temblorosa y un gran
miedo me sacudió el cuerpo, algo que sólo había sentido durante
aquella pesadilla a medianoche.