Eran dos y
uno le dijo al otro:

“Mira al horizonte,
hacia donde el Sol se pone.
Mira la Luna,
tan plateada,
como observa acongojada
a la espuma,
tan blanca
que danza con el agua
en ese negro mar
que ansioso está
de que las estrellas salgan ya.”

“¿Cómo
algo tan grande como la Luna
asustarse del mar puede?
No debe,
sentido no tiene.
¿Cómo
la Luna,
astro del cielo,
mira con miedo hacia abajo?”

“Me preguntas eso
mas no entiendes
el hecho
de que mar y cielo
separados no están
como uno siempre permanecerán.”

Negaba y negaba,
una y otra vez,
que lo que le decía su amigo
verdad es.

“El cielo es mayor,
no hay comparación,
uno no son,
locuras dices.”

“Locuras no son.
Durante el día
claros y brillantes se tornan.
La noche
oscuros y tétricos los vuelve
y en extrañamente hermosos
se convierten.
Las nubes son olas agitadas
y la espuma nubes blancas.
Los peces son estrellas
que bailan en el agua,
resplandecen.
Y en el cielo,
blanco, gris, negro
se reflejan.
Y cuando la lluvia cae
se unen
como si un par de enamorados fueran.”

“El enamorado debes ser tú,
normal no es
que cosas así digas.”

“Mi mente no deja de divagar,
no dejo de pensar
en ese alguien especial.
Si quieres, enamorado llámame,
pues lo estoy del mar,
como un pirata
sin ir más allá.
Yo soy el cielo,
que hacia abajo mira
y si asustado estoy
es por el miedo a que algún día
ese mar que contemplo
desaparezca
y un vacío en mí quede.”

Quien no entendía estas palabras se alejó,
sin dejar de negar
todo lo que el otro contaba,
sin dejar de afirmar
que su amigo loco estaba,
pero a él no le importó,
que pensará que cuerdo no era.

Siguió mirando al horizonte
donde el Sol se pone
donde la Luna
con su fina luz
besa al mar,
porque amar
es algo que no puede evitar.




0 comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

Blog de escritura de Dormida entre Rosas. Con la tecnología de Blogger.

Seguidores