Anouk.
Así era como me llamaban. Yo no había elegido el nombre, pero no me
podía quejar, por lo menos conservaba algo de mi anterior vida.
Todas las mañanas me despertaba con el miedo llenando mis venas y
con los pulmones llenos de aire frío. Cada bocanada me dolía, como
si algo me golpeara en el pecho. Era horrible, pero valía la pena
con tal de poder seguir viva en aquel mundo.
Al
despertar, lo primero que me encontraba era con un espejo. Me
deprimía verlo allí todas las mañanas. Mirarme y ver esas grandes
ojeras que me asomaban por debajo de los ojos, con el pelo sucio y
negro, la cara pálida y los ojos grises, sin vida. Al abrir mi
armario todo lo que se veía era oscuro. En ocasiones me llamaban
gótica, otras veces emo, yo no seguía ninguno de esos estilos,
pero me daba igual como me considerasen. Sólo tenía quince años y,
sin embargo sentía que había vivido más que una persona normal.
Habían pasado tantas cosas en mi vida que las nimiedades que podrían
preocupar a cualquier adolescente a mí me traían sin cuidado.
Estaba
sentada en un banco de un viejo parque que estaba abandonado. Hacía
mucho frío y veía como el vaho salía de mí cada vez que
respiraba. El sonido de la rueda girando acompañaba al viento, que
me azotaba con fuerza, las cadenas oxidadas de los columpios
moviéndose como si trataran de revivir el recuerdo de los niños que
anteriormente iban a jugar allí. El recuerdo. Ése era el motivo por
el que me encontraba allí, por todos los recuerdos que me traía
aquel sitio. Sin embargo, pensar en ello me deprimía, pensar que una
vez tuve algo y acabé perdiéndolo. Nostalgia, melancolía por lo
que había desaparecido de mi vida.
Sacudí
la tierra que había bajo mis pies, y entonces lo vi. Un gato negro
de ojos azules, que me observaba desde el otro lado del parque. Dejé
de levantar el polvo que había bajo mí y lo miré, con curiosidad.
Me sentía como si me estuviera analizando, aunque al momento pensé
que era una estupidez. ¿Cómo me iba a estar analizando un gato? Aún
así, sus ojos me producían escalofríos.
Me
levanté, metí las manos dentro de mi sudadera y decidí pasar del
animal. Le di la espalda, pero un presentimiento me decía que el
gato, me seguía observando, viendo como caminaba saliendo de aquel
sitio rodeado de árboles muertos y fuentes secas.
Hacía
muchísimo frío, pero yo seguí caminando en un vano intento por
recuperar algo de calor. Cualquiera pensaría que lo mejor que podía
hacer era irme a mi casa, tomarme un vaso de leche caliente y
sentarme en el sofá rodeada por un ejército de mantas de lana. Pero
el gran problema era que la casa, donde vivía, no era mi hogar. Allí
el calor no se sentía, era peor que estar en el propio infierno,
nada era real, tan solo una ilusión, como un espejismo en el
desierto.
Para
dramatizar más las cosas, empezó a llover. No es que fuera algo que
me importase, caminar bajo la lluvia era una de las cosas que más me
gustaba hacer. Era como si me limpiaran las impurezas, como si las
cosas malas desparecieran y se resbalaran abandonando mi cuerpo. Me
quedé quieta, subí la cabeza hacia arriba, cerré los ojos y dejé
que las gotitas de lluvia me cayeran en la cara mientras resbalaban
por mis mejillas. No pude evitar esbozar una sonrisa.
Corrí
debajo de la lluvia. Empapándome. Bailando. Pero nada me importaba
entonces, ese instante era demasiado perfecto para abandonarlo, para
dejarlo de lado, tan solo para preocuparme.
Frío.
Una sensación que me recorrió todo el cuerpo. Me dolió. Frío.
Esta vez fue más intenso, como si algo sólido lo provocara. Me
giré, con el agua cayendo por mi cabello como si fueran los hilos de
una telaraña. Un chico, de cabellos negro azabache, se resguardaba
de la lluvia bajo la copa de un gran árbol que todavía conservaba
unas pocas hojas. Iba vestido completamente de negro, pero lo que más
me había sorprendido era que no llevaba nada en los pies. Me
recordaba a cierto cantante que a mí me encantaba. Era la única
persona, cuyas canciones conseguían sacarme una sonrisa. El pelo le
caía sobre los ojos de una forma preciosa, pero aún que apenas se
le vieran, se podían distinguir un par de destellos azules que me
causaban escalofríos, por el simple echo de que se dirigían
directamente hacia mí. Me recordaban algo, pero no sabía
exactamente el qué.
Nos
miramos durante unos pocos segundos, que para mí se volvieron una
eternidad, pues me había dado tiempo a examinarle centímetro a
centímetro y parecía que él había hecho lo mismo conmigo. Jamás
había visto a alguien como él:Misterioso, oscuro, pero que me
provocaba una sensación de... La verdad era que no tenía palabras
para describirlo. Nuestros ojos seguían conectados, pero no decíamos
nada, supuse que sobraban las palabras.
Salió
de debajo del árbol y se acercó hasta donde estaba yo. La lluvia
comenzó a empaparlo y la camisa, completamente mojada, le marcaba
todos los músculos. Era hermoso. No apartó la mirada ni por un
segundo y yo tampoco lo hice. Estaba prácticamente pegado a mí y
veía como el agua le resbalaba por el pelo. Estaba tan serio que
hasta daba miedo, pero sentía algo extraño. Una sensación de
calidez se apoderó de mi cuerpo. Nunca había sentido algo así. Era
tan confortante.
Se
acercó aún más a mí y me puse nerviosa. Era hermoso y sus ojos no
dejaban de mirar a los míos. Sólo tenías ganas de hacer una cosa,
una estupidez, una locura. Un beso. Y lo hice.
Posé
mis labios sobre los suyos y sentí como el calor me inundaba y como
el frío se desvanecía. Pensé que se apartaría de mí, pero me
tomó entre sus brazos y prolongó el beso dejándome casi sin
respiración. No me importaba. Me gustaba. Pero todo momento llega a
su fin, aunque uno no quiera que ocurra, siempre pasa.
No
fui yo la que se apartó, fue él. Se mostraba nervioso e inseguro,
deseoso de algo más. Más bien, parecía que tenía miedo de algo.
-Lo
siento.
No
lo entendía, ni comprendía. ¿Por qué se disculpaba? Miró mi
muñeca, durante una milésima de segundo y yo también lo hice. Lo
que vi, me asustó. La sangre goteaba por mi mano, pero yo no sentía
ningún dolor. Era como si me hubieran rajado las venas.
Por
instinto presione con mi otra mano la herida, pero parecía que no
funcionaba. Me estaba mareando y la sangre no dejaba de salir. Le
miré con ojos suplicantes, quería que me ayudase, pero no hacía
nada, tan solo miraba como mi alma deseaba abandonar mi cuerpo.
-¿Qué
está pasando?
No
me contestó. Me aproximé a él y le miré a los ojos más decidida
que nunca en busca de una respuesta. Me encontraba fatal, pero
intenté sostenerme de pie.
Ya
no pude más, y me desplomé en el suelo, viendo como un pequeño
charco de sangre rodeaba mi muñeca, y como la sangre se iba
mezclando con el agua que caía sobre mí copiosamente. Ese chico se
quedó mirándome, impotente, cobarde. Mis ojos se empezaron a
cerrar, pero antes de que mi alma me dejara, oí la respuesta:
-Necesito
tu vida.
Y
supe que la luz jamás volvería a iluminar mis ojos.
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